14 Nov «Una aguja, en buenas manos, puede ser mágica», Lola Piña
Frente a este espejo que pone un buen amigo a mi disposición me gustaría repasar con vosotros lo que ha sido mi trayectoria profesional y lo que es hoy mi presente, pues dirijo con orgullo lo que es el proyecto de mis sueños: Al Dedal.
Un taller de costura desde el que pretendemos recuperar el oficio artesano de modista. Y a través de la única manera de conseguirlo, que es desde la práctica real de la costura: el arte de coser.
Un arte y un oficio, al mismo tiempo, que se encuentra en vías de extinción, en este mundo de producciones industriales que olvida el buen hacer, el mimo, el cuidado y la pasión. Por la costura y por tantas otras cosas.
El conocimiento de esta profesión por parte de nuestro equipo y la estructura productiva que hemos desarrollado nos convierte en un taller especializado en desarrollo de muestrarios (I+D), pequeñas producciones y prendas a medida.
Nuestra oferta de servicios se amplía con la gestión y dirección de producciones externas y de producciones en punto circular y tricot.
Actualmente hemos implementado una nueva línea de negocio para el desarrollo de uniformidad corporativa.
Al Dedal es un taller de costura que ofrece una confección de calidad, porque la calidad es rentable, porque la calidad es un valor añadido.
Promovemos un empleo cualificado en cuanto a excelencia laboral. Porque estamos firmemente convencidos de que nuestro gran patrimonio es nuestro equipo. Un equipo humano motivado, flexible, participativo, creativo y activo.
Y claro está, a todo presente se llega con un pasado. Y mi andadura profesional se inicia a finales de los años ochenta, de la mano de uno de los más grandes diseñadores de este país: Manuel Piña. Ojo, para los suspicaces: no, no somos familia, ni es mi nombre artístico.
«Ofrecemos calidad, porque la calidad es rentable; es un valor añadido»
Creo que el destino, al que estoy muy agradecida, me deparó la gran oportunidad de cruzar nuestros caminos: mi madre, Isidra Manzano, era su Jefa de Taller.
Cuando a veces me pregunto por qué me enamoré de la costura, siempre llego a la misma conclusión: es la felicidad que veía en aquella gran mujer, que dejaba su vista y sus manos elaborando prendas que la llenaban de orgullo y satisfacción. Que la emocionaban y por las que sentía auténtica devoción, como si se tratase de obras de arte.
Que trabajaba con entusiasmo, buscando la excelencia en todo lo que hacía, y que transmitía su energía y su pasión a todo su equipo. Y a mí, por partida doble: compañera y madre.
Tristemente, Manuel Piña, cerró su empresa en 1990, y falleció cuatro años más tarde. Pero yo ya había hecho mía la pasión por la costura, y continué trabajando por y para este arte/oficio.
Unos años después aterrice en Sybilla, grande también entre los grandes.
«Me enamoré de la costura viendo la pasión que ponía mi madre en ella.
De Sybilla aprendí cómo una aguja, en buenas manos y con buenas instrucciones, puede ser mágica. Cómo un tejido puede convertirse en una obra de arte bajo su inspiración y con sus caprichos. Vi el mundo con otros ojos, con otra luz y con otro color.
Fue por su arte, y por el de otros grandes diseñadores, por lo que decidí poner en marcha Al Dedal, un Taller de Costura que –si me lo permiten los editores– escribiré al menos esta última vez con mayúscula.